Por José María González Moya, Director General de APPA Renovables
Tras la moratoria que tuvo paralizado al sector renovable hemos vivido unos años diferenciados que son fácilmente definibles: 2016 y 2017 estuvieron marcados por las subastas, el sector aún no había cogido una velocidad de crucero, pero ya se notaba que existía movimiento; 2018 y 2019 fueron años de actividad frenética, puesto que la fecha límite de buena parte de la potencia adjudicada tenía el final de 2019 como fecha límite. Sin embargo, 2018 y 2019 también estuvieron marcados para el sector renovable por otra cuestión de fondo, de más peso si cabe: el establecimiento de objetivos nacionales y europeos de cara a 2030.
No es un secreto que, en España, en muchas grandes decisiones, pesan los objetivos marcados en Bruselas. Ocurre en el sector energético, aunque también en otros sectores como agricultura, ganadería o pesca y también en objetivos transversales como la digitalización de la economía. Los objetivos marcados por Bruselas para la Transición Energética, íntimamente ligados con los de descarbonización, son que el 32% de la energía consumida en el Viejo Continente sea renovable en 2030. Es importante resaltar la diferencia entre energías renovables y descarbonización, si bien las energías renovables son un medio para conseguir esa descarbonización, como también lo es la eficiencia energética, el uso de renovables tiene un impacto mucho más amplio.
En sentido estricto la descarbonización busca la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, algo fundamental en la lucha contra el Cambio Climático, y también la mejora de nuestro aire y nuestro medioambiente. Según la Agencia Europea del Medio Ambiente (AEMA), la exposición a contaminantes en forma de partículas finas en suspensión causa, anualmente, la muerte prematura de 379.000 europeos. Unas cifras que, en un año en el que estamos tan concienciados con el cuidado de la salud, deben ser tenidas en cuenta.
La apuesta por las energías renovables va mucho más allá. Aunque en el ámbito de la descarbonización sea solo un medio, en sentido económico es una apuesta clara de la Unión Europea por relanzar la economía. Antes de la crisis del coronavirus, en diciembre de 2019 se lanzó el Pacto Verde Europeo, la hoja de ruta para alcanzar una economía sostenible para Europa. Esa sostenibilidad no es únicamente medioambiental, Europa necesita importar el 55,7% de su energía, principalmente combustibles fósiles. Esto no solo supone un riesgo a nivel geopolítico – como hemos podido ver en el pasado con el gas ruso – sino que implica una fuerte carga en nuestra balanza comercial.
En el caso de España, esta dependencia está en el entorno del 73%. Las energías renovables son la mejor vía para reducir esta fuerte dependencia energética, que supone una gran vulnerabilidad de nuestra economía debido a la variabilidad de los precios de los hidrocarburos. En contraste con esta situación, las renovables nos permiten generar empleo y riqueza utilizando nuestra propia energía.
Los números de la última edición del Estudio del Impacto Macroeconómico de las Energías Renovables en España nos muestran que este sector vuelve a contar con unos números que invitan al optimismo: crecimiento del 15,6% en 2019, aportación de 12.540 millones de euros al PIB nacional – superando el 1% de nuestra economía –, más de 95.000 trabajadores y exportaciones por valor de 4.273 millones.
Estos números, con un récord de potencia instalada en 2019 de 7.051 MW nos han vuelto a situar en el TOP10 de los países más atractivos para invertir en energías renovables (índice RECAI de EY), sin embargo, no debemos perder de vista cuál es el verdadero reto que tiene nuestro país en la Transición Energética.
Convertirse en un país atractivo para instalar renovables es relativamente sencillo. Hay una parte en la que todos estamos de acuerdo, que tiene que ver con la estabilidad regulatoria, con el respeto a los acuerdos alcanzados entre Estado y compañías… Y hay otra parte en la que pueden existir más discrepancias: cuál debe ser la retribución a las energías renovables, si debe existir o no una apuesta por tecnologías incipientes, primar la investigación y el desarrollo o esperar al manido “que inventen otros”. Pero el reto no es solo convertirse en un país atractivo para el desarrollo renovable, eso es deseable pero no es toda la respuesta.
Para entender cuál es el verdadero reto, debemos acudir a otro informe, en este caso “Renewable Energy and Jobs” de la Agencia Internacional de las Energías Renovables – IRENA. En él, España está en otro TOP10, que es mucho más interesante. El TOP10 de empleos del sector eólico. Esto lo hemos conseguido con un desarrollo orgánico y razonable, acompañando la instalación de megavatios de creación de industria nacional. El gran reto es también ese: convertir a España en un centro industrial del desarrollo renovable mundial.
Debemos aprovechar la oportunidad que nos brindan las renovables para transformar nuestro tejido productivo e industrial. Si en una tecnología tenemos un gran desarrollo, pero debemos importar todos los componentes solo habremos triunfado a medias. Si, en cambio, las estructuras, los anclajes, los inversores, los transformadores… son fabricados en España, no solo para las instalaciones nacionales, sino también para poder exportar equipos, entonces nuestro éxito será completo.
En 2019, el 72% de la potencia mundial instalada fue renovable. 176 GW a nivel mundial que hacen palidecer nuestro récord de 7 GW. Ese es el verdadero objetivo. Para conseguir todos los beneficios que la Transición Energética nos brinda debemos mirar más allá. Juntos, Gobierno, empresas y sociedad, somos plenamente capaces de conseguirlo. Transformemos, gracias a las renovables, nuestra industria y nuestra economía.